viernes, 29 de octubre de 2010

El hombre bajo el paraguas


Así como el hombre sin letras escribe, camina el hombre bajo el paraguas.

Ansiosas manos recorriendo teclas con la delicadeza de Chopin; bellas melodías que traen recuerdos. Una habitación antes blanca, ahora gris, guarda silencio. El mundo es un fiel espectador: La almohada recostada, mostrando descaradamente sus senos, la lámpara de luz neón mirando morbosamente mis movimientos, el ropero susurrando.

¿Hace cuánto que no charlabas con fantasmas? Sí, con fantasmas, ¿o cómo llamar a aquello que es sólo ausencia, no-existencia, oquedad? Aún lo recuerdo. Solía charlar todo el tiempo con las manos en los bolsillos mientras caminaba. Acomodaba palabras disléxicas, desacomodaba oraciones tartamudas; y de vez en vez cantaba con los ojos.

El viento era todo. Las hojas sonrojadas por el otoño caían despacio mientras los perros jugaban cartas y las abejas volaban deprisa al trabajo. Y yo tomaba asiento debajo de un árbol, así de simple. ¿Acaso ahora todo es más complejo? Tan sólo tomar una fruta del huerto, extender la mano, tomarla, comerla, digerirla y volver a sembrar semillas.

Pero hay algo distinto, el reloj que no tengo se ha detenido, la gabardina que no he comprado ya se ha roto, en el espejo ausente me reflejo ¡y qué bello es el otro lado! Mirar caballos en vez de sillas, tocar colores en vez de fibras, sentir estrellas en vez de ostras. Mirar, mirar, ¡mirar!

Sí, aún lo recuerdo. La frágil línea desvanecida ante mis ojos, ni aquí ni allá, ni allá ni acá, todo en todos lados y todo en uno; sublime fantasía de verdades irrelevantes, pero tan reales… Tal vez la línea ya no existe otra vez. Bastará chuparme un dedo, llevarlo hacia el viento, ver qué tal se presenta el clima y, efectivamente, dejar de ser el loco al que las letras se le acaban, para volverme sólo un hombre caminando bajo el paraguas, en el frío aguacero de mi habitación.