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Nada somos. El latido
deja de ser latido para convertirse en explosiones múltiples y entrecortadas.
Los ojos dejan de ver, las manos dejan de sentir, todo pudor y toda añoranza
desaparecen, sólo hay angustia, una angustia liberadora detrás de los ojos que se
quiebran, y dejo de ser: no hay habitación oscura ni sábanas blancas, no
hay sonidos ni palpitaciones, ni cuerpo ni sentidos, sólo la muerte recorriendo
la nada, la nada partiéndome en dos.
Un escalofrío
recorre mi cuerpo (ahora recuerdo que tengo). Mis piernas y mis manos tiemblan,
los ojos desorbitados encuentran su lugar, la habitación se enciende, los
sentidos cobran vida y escucho tus deseos al pasar. Siento la cálida humedad
de tu sexo y tus manos apretando mi espalda, y te miro a los ojos, en ellos me encuentro.
Tomas la sábana para cubrir nuestros cuerpos, revoloteas mi cabello y yo me
vuelvo un feto entre tus brazos. Cierro los ojos, no pienso, he dejado de
existir, y ahora sigo existiendo. Y mientras acaricio tu seno derecho con mi
mano izquierda, todo adquiere de nuevo sentido y me asalta la nausea melancólica
de ya no estar más en ese estado; he vuelto a nacer y añoro morir de nuevo, en la exquisita tumba del placer.