Trompetas de colores y ojos abiertos. La pupila se dilata y, como
queriendo pasar, una gota salada lubrica el globo gelatinoso y jadeante.
El lenguaje de los sueños, ese en donde los patrones
son irrelevantes, abre paso al mundo como un caballero errante que busca
encontrar a su princesa. La realidad, un gran escudero y amigo, también se me
presenta, pero no en forma de niño ni camello, es un gato caminando de puntitas
en la orilla de la cama, o tal vez en la silla posando, lamiéndose con gozo los
bigotes.
Sí, lo decido. Tomo el calendario y en vez de
meses pongo nombres milenarios a las cosas. A pesar de que la narración es
buena, las grietas y oquedades del libreto son notorias; al caballo nombro loro
con trompa y yo soy alebrije que camina entre sueños. ¿Despierto?
Hace mucho que no abría los ojos con la
pluma en la mano, chorreando gotas de mundos fantasiosos, manchando espacios
con sonoridades y otros menesteres sinestésicos. Y me gusta. Ahora quiero morir de nuevo en vida, sólo
para poder la hoja dejar, pues nunca es buen soñador de letras, quien no se deja
por el sueño arrebatar.