Escuchar la misma
canción una y otra vez, como si el sonido circular mostrara algún indicio de
sentido; mirar la vida en espiral. Cada nota, cada
octava, me acerca más al centro, ese espacio único e irrepetible donde las
quimeras nacen, donde el amor muere, donde yace lo que llamamos corazón.
Soy una hoja
en blanco. La historia del libro que se abre para ser leído está terminada. Las
aves ya no cantan y las olas se han cansado, mis ojos ya están secos: el abismo me ha tragado; ¿pero no escuché ya el canto de una sirena y perdí el camino alguna vez, todas las veces?,
¿y en medio del mar, naufrago de mí, no la luna surcó de nuevo el cielo?
¿Por qué no repetir
el vuelo? Si cada frase, cada palabra, cada momento, hace menos complejo el
laberinto. Ya antes me perdí entre nubes y encontré detrás todas las estrellas, antes ya me volví un pez con alas y un gusano con pies. ¡Que venga el remolino
a revolotear mi consciencia! ¡Que venga de nuevo la tormenta! que ya soy un rayo
cruzando el cielo, un estruendo en el oscuro firmamento, una voz imparable, un
destello fugaz, una vela en el viento.
Y así, de nuevo con
las manos temblorosas, emprendo el vuelo y me despierto en medio del silencio, en
la penumbra, para recordar que no hay algo que pueda perder, pues yo soy lo
único que tengo.
Soy todo y nada.
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