lunes, 19 de noviembre de 2012

Escalera al cielo


La escalera al cielo cayó de pronto. Tus ojos, dos perlas en el fondo del mar, se desvanecieron en los ojos de otro; tus manos, terciopelo que trepaba por mi cuerpo, se perdieron en el camino; tu boca…

Es hora de emprender el vuelo, siempre he sido un ave que corta sus alas para que le salgan nuevas. Hoy las arranco como el depredador que devora su presa, para verlas crecer de raíz al firmamento, donde alguna vez jugué a ser una estrella.

Pasó de nuevo, la historia quedó incompleta, ¿pero qué más completo se puede ser cuando se ama a partir de uno mismo, en la entrega voraz e inquieta, sin esperar nada de nadie, sin buscar una respuesta?

Un escalofrío recorre mi cuerpo, las letras brotan como gotas de la fuente, y en la oscuridad perpetua, en el abismo en que me hundo, escucho tu voz discreta: Te amo, dicen tus labios, y tus ojos, y tus manos; pero ya no hay manos, ni ojos ni boca, sólo vestigios de la historia más profunda, del cuento más efímero y bello, del sueño más hermoso que pude tener.

La escalera cayó de pronto, y al sonido del reloj que no se interrumpe, decido emprender el vuelo otra vez.

domingo, 14 de octubre de 2012

Nada


Escuchar la misma canción una y otra vez, como si el sonido circular mostrara algún indicio de sentido; mirar la vida en espiral. Cada nota, cada octava, me acerca más al centro, ese espacio único e irrepetible donde las quimeras nacen, donde el amor muere, donde yace lo que llamamos corazón.

Soy una hoja en blanco. La historia del libro que se abre para ser leído está terminada. Las aves ya no cantan y las olas se han cansado, mis ojos ya están secos: el abismo me ha tragado; ¿pero no escuché ya el canto de una sirena y perdí el camino alguna vez, todas las veces?, ¿y en medio del mar, naufrago de mí, no la luna surcó de nuevo el cielo?

¿Por qué no repetir el vuelo? Si cada frase, cada palabra, cada momento, hace menos complejo el laberinto. Ya antes me perdí entre nubes y encontré detrás todas las estrellas,  antes ya me volví un pez con alas y un gusano con pies. ¡Que venga el remolino a revolotear mi consciencia! ¡Que venga de nuevo la tormenta! que ya soy un rayo cruzando el cielo, un estruendo en el oscuro firmamento, una voz imparable, un destello fugaz, una vela en el viento.

Y así, de nuevo con las manos temblorosas, emprendo el vuelo y me despierto en medio del silencio, en la penumbra, para recordar que no hay algo que pueda perder, pues yo soy lo único que tengo.

Soy todo y nada.


lunes, 28 de mayo de 2012

Mina


Así que el alfiler cayó en la almohada, donde los sueños cobran vida y se extinguen. Tomé la lupa, encendí la luz y me puse a buscar, pero el alfiler desapareció entre las cobijas como entre la paja. Sólo buscaba pincharme un dedo, sangrar de la puntita para saciar mi sed; la sangre siempre es buena compañía cuando se está solo. Entonces Mina apareció. Estaba bella y sonriente como siempre, asomando los ojos en una esquina de la ventana. Fingí no verla. Tomé una lámpara y me hice el tonto, buscando debajo de la cama. Tocó la ventana y fingí no escuchar. Gritó y tape mis oídos jugando; y con ese aire coqueto e impulsivo, saco la lengua con un gesto infantil.

Todas las noches ocurría, éramos dos niños bobos jugando a escapar para dar la vuelta a la manzana, esperando encontrar algo que ver: vagos, locos, prostitutas. Pero siempre terminábamos en el mismo lugar, una casucha vieja que hacía de castillo encantado. La casa era de doña Faustina, una solterona que había fallecido hace un par de años, dejando a dos gatos como herederos del palacio. Bastante deteriorada, era el escenario perfecto para jugar a que se trataba de la mansión de Drácula o que algún fantasma maldito trataba de poseer nuestros cuerpos diminutos.

Abrí la puerta deprisa y salí en silencio de mi casa. El truco no era quitarse los zapatos, sino hacerlo todo muy normal; es cuando menos se dan cuenta todos, cuando haces algo evidente. Mina traía un jumper viejo y medio roto; en realidad, de no ser por esa cara tan linda y esos pechos apenas brotando, hubiera jurado que era un niño.

–Saca el papalote –dijo con sonrisa traviesa–. Está bueno el aire para volarlo.

Pero en esos tiempos a mí ya me aburrían tales cosas, prefería jugar con mi Nintendo. Pensar en el simple hecho de perder mi tiempo volando una porquería de papel sin alguna intensión, me provocaba un terrible tedio.

–Mejor vamos a ver al “Tony”, seguro ahora sí le doy la vuelta en los albures.

Para ese entonces me había vuelto todo un experto, eso de estudiar en escuela pública era todo un arte.

–¡Qué flojera! –dijo en tono enfadoso– Ni tú ni yo, vamos a la casa encantada a atrapar renacuajos.

No pude rechazar tal oferta. Aunque la hora de las caricaturas japonesas estaba por comenzar, eso de andar casando renacuajos en el jardín de la casucha aseguraba un buen rato de diversión. Además, mi papa solía decir que cazar renacuajos era lo único que hacía como los niños de antes.

–Métete por la lámpara
–Voy.

La noche, que era demasiado joven, pues el cielo aún se pintaba con tonos rojizos y lilas, aguardaba la fugaz pero intensa emoción de ser atrapado, castigado y sancionado sin un buen rato de “domingos”. Por alguna razón nunca pude decir que no. Bastaba mirar sus ojos bellos para que esa cosquilla que brotaba desde mi pubis, para después subir despacio por mi vientre, llegara a mi cabeza al punto de explotar.

En el camino encontramos a Julián, el hermano mayor de Armando, con uno de sus amigos. Para mi desgracia, acababa de entrar a la secundaria y eso era algo difícil de superar, a las niñas siempre les gustan mayores.

–¿Qué onda Víctor, por qué tan tarde? Te va a pegar tu mamá –me dijeron en tono burlón–.

Los dos se cagaron de la risa. Mina se quedo seria, pero noté como le era inevitable dejar de ver a Julián. Sin saber qué decir, caminé de largo.

–Tranquilo morro, no te pongas nena. Dijo con áspero mientras me alejaba.

Mina me siguió.

–No le hagas caso, es un inmaduro.

¿Inmaduro? ¿Qué sabe ella de madurez? La madurez sólo es una tontería –pensé–.
Al llegar al jardín del palacio entró a mis pulmones el aroma del pasto mojado. Mis tenis se sumergieron en el lodo, y al notar mi preocupación, Mina se echó a reír, lo cual me molestó aún más.


Tomamos una varita cada quien y empezó la cacería. Los renacuajos no son nada torpes, hay que tomar la vara fuerte, poner el frasco en el momento adecuado y empujar. Cazamos unos siete, todos negros y regordetes. En verdad eran algo desagradables, pero Mina no se fijaba en esas cosas, por eso era mi mejor amiga.

–¿Sigues enojado? –preguntó con voz tierna−.
–No estoy enojado. –respondí indiferente−.
–¡Ya! No seas menso.

Y comenzó a jalar de mi camisa mientras sus botas hacían un aguacero en el piso. Los jalones no se hicieron esperar, era una lucha sin tregua. Entre risas nerviosas y miradas, giramos en el lodo una y otra vez. Entonces caímos. Mi cuerpo quedó justo encima del suyo, y pude sentir sus pequeños senos tocar mi cuerpo; mi rodilla tocó su entrepierna, era cálida, llena de vida, casi podía sentirla palpitar en mí, tanto como mi corazón lo hacía. Nos miramos a los ojos instantáneamente, y justo en ese momento, cuando menos lo pensé, Mina me besó. Nunca olvidaré la mirada antes del beso, ni tampoco su lengua jugar con la mía de una manera traviesa e ingenua a la vez, como cuando no sabes cómo beber de la cerveza de tu padre, o cuando miras los primeros bellos nacer en tu pubis.

El regreso a casa fue callado. Empapados en agua puerca caminamos bajo la luna de octubre.

–¿Te los llevas? Seguro darán ranitas. –comenté–.
–Mejor llévatelos tú, siempre se te dan mejor.

Nos separamos en la avenida ocho, no quiso que la llevara a su casa. El camino nunca me había parecido tan vivo, tan repleto de colores. Miré hacia arriba, el cielo y las nubes arropaban a la luna, mientras alguna estrella entrometida se asomaba. Cuando llegué a casa eran más de las 10.

Al día siguiente lo primero que hice fue ver si los renacuajos seguían vivos, pues en esas fechas el frío comenzaba a hacerse notar. Los había dejado en una cubeta con agua justo antes de dormir, si por dormir entendemos dar de vueltas en la cama; no recuerdo haber permanecido despierto tanto tiempo otra noche. Como bien lo había dicho Mina, era un hecho que se me daban fácil, pero al mirar la cubeta descubrí que siempre hay excepciones. Ningún anfibio había sobrevivido. Extrañamente sentí una opresión en el pecho, como si con esos renacuajos se me fuera la vida. Traté de tranquilizarme, pensando que seguramente había hecho más frío de lo normal, pero no pude hacerlo. Lo único que deseaba era correr hacía Mina, por alguna extraña razón quería abrazarla, sentir que estaba vivo entre sus brazos y llorar en ellos.

Salí despavorido. Cuando llegué a casa de Mina todo se encontraba en silencio. Vi a su hermana pequeña en la entrada de la puerta, estaba sentada en el quicio.

–¿Está Mina? –Pregunté–.

Pero no emitió sonido alguno.

Entré a la casa y noté que había más gente de lo normal. Parecía alguna especie de reunión familiar. Todos estaban serios y callados, salvo por un chillido que se escuchaba a lo lejos, un berrido desgarrador que erizó mi piel en un segundo. La madre de Mina estaba llorando sobre una caja situada al centro de la sala. Los vi a todos: su prima Mary, su abuela Adela, su Tío del bigote alborotado. Me acerqué mecánicamente a la caja. Mi corazón latía tan fuerte que podía sentirlo, mis manos temblaban; y entonces la vi. Parecía que estaba dormida, traía un hermoso vestido azul y tenía los labios pintados de un tenue rosa. La madre me miró y calló por un momento. Se acercó e hincándose se posó ante mí, como suplicando, para después pegar un largo alarido que desgarró todo mi ser.

 –¡Mina...!

Me abrazó tan fuerte como pudo, pero la separaron de mí rápidamente al notar que estaba en shock, llorando, sin decir palabra alguna ni mostrar gestos. Sin saber cómo llegué a la puerta, salí  la calle y todo se nubló ante mis ojos; no supe nada más.

El doctor dijo que me dio una crisis nerviosa. Dormí por casi dos días. Al despertar recuerdo haber mirado por la ventana, esperando encontrar a Mina sonriendo; pero mina ya no estaba. La había atropellado un bocho del  62 al cruzar la calle, mientras miraba las estrellas que se asomaban entre las nubes.

Desde entonces nunca más volví a cazar renacuajos; tampoco nunca más volé papalotes ni mire la luna igual. Y fue entonces que descubrí que amar es como pincharse un dedo con el filo de un alfiler, que hay alfileres que se pierden entre las cobijas como si fueran de paja, y que hay otros que nunca se vuelven encontrar. Hoy aún suelo pinchar mi dedo con una aguja para saciar mi sed, lo llevo a la boca lentamente, cierro los ojos, y bebo de la hermosa y melancólica gota de soledad que lleva el nombre de Mina.

martes, 24 de abril de 2012

La tumba


Lúgubre y desolado escondite en que nos perdemos, entre humedad y surcos, cuerpos acalorados. Miramos a tientas, sentimos con labios, y la carne se torna sedienta. Adentro, en la cálida suavidad de tus genitales, me extingo como llama para volver a encenderse. En tus pezones me vuelvo un párvulo, en tu ombligo tomo vuelo y me arrojo al mar. La manecilla del reloj marca el tiempo, pero el tiempo ya no existe. Yo ya no soy yo, me desvanezco en la alcoba que gime, me desintegro justo en el instante.

Nada somos. El latido deja de ser latido para convertirse en explosiones múltiples y entrecortadas. Los ojos dejan de ver, las manos dejan de sentir, todo pudor y toda añoranza desaparecen, sólo hay angustia, una angustia liberadora detrás de los ojos que se quiebran, y dejo de ser: no hay habitación oscura ni sábanas blancas, no hay sonidos ni palpitaciones, ni cuerpo ni sentidos, sólo la muerte recorriendo la nada, la nada partiéndome en dos.

Un escalofrío recorre mi cuerpo (ahora recuerdo que tengo). Mis piernas y mis manos tiemblan, los ojos desorbitados encuentran su lugar, la habitación se enciende, los sentidos cobran vida y escucho tus deseos al pasar. Siento la cálida humedad de tu sexo y tus manos apretando mi espalda, y te miro a los ojos, en ellos me encuentro. Tomas la sábana para cubrir nuestros cuerpos, revoloteas mi cabello y yo me vuelvo un feto entre tus brazos. Cierro los ojos, no pienso, he dejado de existir, y ahora sigo existiendo. Y mientras acaricio tu seno derecho con mi mano izquierda, todo adquiere de nuevo sentido y me asalta la nausea melancólica de ya no estar más en ese estado; he vuelto a nacer y añoro morir de nuevo, en la exquisita tumba del placer.

lunes, 26 de marzo de 2012

Aves

Justo en la orilla del parpado, en espera de un ligero apretón, paralizadas como cristales, yacen las gotas saldas de mis ojos. Aprieto los puños en medio del vacío de la espera solitaria. Presiono fuertes las mandíbulas y las pestañas en busca de alguna señal de vida, pero mis ojos ya son dos piedras, dos flores secas que no dan más polen.

El mundo pasa en un segundo ante mi rostro. Los bares de mala muerte, el sexo pasajero, las drogas, los corazones rotos. Y en el tibio consuelo de tus dedos cruzando los míos me recuerdo como un ser frágil y bondadoso.

Tejo en el aire desiertos, las palabras se construyen del más puro aliento, como casuchas que derriba el aire fácil. Pero mis ansias locas de plasmar al mundo en un papel son mucho más. Ella miró de cerca la desnudez de mi alma triste y pasajera, pero apasionada. En mis labios bebió del néctar de mis sueños y creció como el rizoma en mis brazos. Hoy somos aves.

Y por más que queramos aferrarnos a la tierra, por más que el huerto nos reclame, ya nuestras manos alas son. Volemos, emprendamos el viaje por rumbos distintos, tan sólo para ver qué es lo que pasa; y si en dado caso el viento nos encara de nuevo, seremos un pájaro de dos cabezas, en medio de un cielo de brillantes estrellas.

domingo, 5 de febrero de 2012

A Mariana...


Atrapado en el pecho, en el rincón más alejado y obscuro, escurriendo como gota de lluvia en el cristal, yace mi llanto adormecido, callado, profanando mis sentidos. La fría transparencia de mis ojos, el reflejo de mis manos, son un vestigio de existencia. No hay cordón que una la soga con mi cuerpo, me alejo del mundo en un suspiro, me disuelvo como tinta en el agua y me vierto entre sombras tenues, tranquilas.

Aún puedo recordar tu sonrisa iluminando mi camino, llenando de luz el espacio y las tinieblas, y a todo aquel que tocabas. Tu risa es aún un bello estruendo en el silencio; tus ojos, esos espejos tristes y alegres, ávidos de vida y de riqueza, son todavía los cuadros más bellos que he colgado en las paredes de mi recuerdo. Y la palabra no dicha que te mostraba sincera, siempre cálida y encendida como tus labios al hablar.

Eres ausencia presente, como la ausencia de todo aquel que ya se ha ido, pero esa sonrisa, esos ojos y esa risa, son el fulgor de los momentos parpadeando, recordando que la vida es un suspiro y tan sólo por eso vale la pena, con el ímpetu de los riachuelos y las cascadas, con alas de mariposa revoloteando en vez de temer a la lluvia, al silencio abismal, al majestuoso correr de los instantes.

Sí, mi alma languidece como la niebla, mis manos cansadas se dislocan y mis ojos tristes se derriten entre sombras; pero también me transformo en el tiempo, en el espacio sideral; tomo mi cuerpo y tomo la vida entre destellos, caminando a través de los escombros que he dejado. Y justo ahí, en ese aparente holocausto, me monto en el dragón serpiente y devengo en decenas de formas, respirando el polvo cósmico entre luces, para soñar con mis propios ojos que despiertan.

Sí, dulce es la miel de la finitud, dulces tus ojos. Y aún en plena suerte de vivir y no vivir, en justa marea de incertidumbre, puedo mirar tu sonrisa distenderse y mostrar el sentido de las cosas al pasar, mientras la lágrima que corre se vuelve una gaviota cayendo, emprendiendo el vuelo en picada hacia mi boca, en donde la sal se mezcla con mis sueños creando también una sonrisa.

domingo, 8 de enero de 2012

Abeja


Me mezclo entre letras ajenas, abejas sacudiendo mi cabeza tras la miel.

Por un lado, las figuras me seducen los ojos, me enloquecen las manos. Por otro, recuerdo viejos amores. En otro fumo sombras y huelo a hierba mojada.

Hay otro lado, en el que estás tú. Ese lado es más peculiar, no requiere muchas metáforas ni alegorías, lo que siento por ti es literal, se hunde fuerte en mi pecho y evanesce como la niebla nocturna.

−La vida ya es un sueño−, digo con los labios fríos. Y las palabras me acogen cálidas, embriagantes. Notas musicales por un lado; por otro, amapolas floreciendo. En uno me leen como un libro, en otro soy sólo un recuerdo. Todos los sentidos son un sentido: no hay sentido como tal. El sentido se distorsiona con el ímpetu de las miradas, con la palabra menos esperada, con el tirar de los dados.

Mi alma sonríe entre canciones, ayeres jóvenes se presentan; la tinta ya no existe en la pantalla y cito tras la ventana poetas. Mi boca calla y las letras, fieles compañeras, me sinceran ante ti. Me cantan las musas, extraña marea de tus palabras que enloquece, que me hace sentir que aún sientes las brasas, y la piel quedando muda.

Como el polen a las abejas, así es mi amor por las letras. Robo un par de frases, tomo un suspiro, entre tus signos enloquezco y me pierdo en el destino. Pero el espíritu es aún más poderoso, rompe toda estructura, fragmenta y diluye. Justo ahora me disuelvo entre palabras, me derrito y me vierto en nuevas formas, para encontrarme de nuevo como en una sopa de letras en la que no existen sílabas poéticas ni sílabas tónicas, sólo el maravilloso tono del teléfono con tu voz a un costado.