jueves, 17 de noviembre de 2011

Pobre soñador


Extraño comerme las letras mientras viajo en el metro, dejar caer el lápiz como Dalí para encontrar sobre la almohada mis sueños, y dejar reposar los dedos sólo para vivir.

El abismo insondable me cubre con su harapo terrible. El avestruz mete su cabeza de vez en cuando y me devora los piojos. Sobrevivo de puro milagro. La luz es un reflejo del reflejo; y el hombre que busca ya no encuentra.

He escalado ya la torre más alta, la noche perpetua he mirado, los mares he recorrido y mi barca se ha extraviado. Hoy soy un mortal, un náufrago que se aferra a la tierra porque ha olvidado cómo nadar; y en ese olvido, ya con barbas largas y en el claroscuro del sentido, me vuelvo a desnudar.

Un ángel que cae del cielo, para volverse mortal, ha olvidado que puede volar. Yo siempre he sido un mortal que sueña con el cielo, pero amo las profundidades del averno más que ninguno, y me hundo en las brasas por el mero placer de sentir. La ceniza flota en el aire, mis ojos se llenan de humo y me desintegro para mirarte.

Y así, en la patética y mórbida estrella que yace en mi pecho, arde el deseo fútil de vomitar palabras como el niño vomita cuando comió dulces de más. Eso es todo, no hay poeta detrás ni novelista enfrente, sólo de nuevo, como cada noche de sonidos luminosos, mis letras, mis ansias locas de comerme al mundo, y yo, un pobre y simple soñador.

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